Se clavaba en mí esa duda insoportable. Sus ojos me hablaban tan convencidos, que me hacían creer loca una vez más. Sus palabras amorosas descocían mi músculo palpitante, que deseaba dejar de trabajar por hoy. Sus manos hacían los mismos gestos repugnantes que miles de veces había visto en otros como él. Claro, “esta vez es distinto”, decía. Era como si cada letra ponzoñosa se acumulara sobre otras ya escuchadas, sobre miles de otras palabras ya tragadas, ya defraudadas. Sí, “uno más”, me dije convencida. Abrí los ojos, cerré la puerta, una cálida palabra escupí con mi boca ante su imagen; “Te creo”, pronuncié. Pero mentí, y es que hacerle creer que confiaba en sus palabras me causaba un exquisito escalofrío justo detrás de la nuca, era como si de esa forma burlara su maldita existencia.
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