Y yo te miraba mientras pasabas una y otra vez. Era como si aquella dulce palabra que quería salir de mi boca rogara ser escupida sutilmente, pero no, las agallas no me alcanzaban esta vez. Tú aparecías ante mi vista tan iluminado, y tan especialmente ajeno a este mundo, que ni mis sentidos podían reaccionar ante tu figura. Una vez más te observaba cruzar la calle, mi casa solitaria, fría, humedecida por la tristeza no llamaría nunca tu mísera atención. No había sido nunca combativa ante las atracciones dulces de la vida, y yo, ni como la primera ni la última vez, desesperanzada, dejé de salir cada mañana a esperarte.
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