Corrí. Corrí entre los árboles lo más rápido que pude. El aliento acelerado se sentía entre los eucaliptos, que formaban el enorme bosque entre el que me perdía. Su imagen pasaba entre mis pensamientos una y otra vez. Una rama dejó al descubierto parte de la sangre que emanaba la herida que me produjo aquél enredo de punzante naturaleza. Nunca antes había estado en un lugar semejante. La desesperación me impedía pronunciar ruido alguno además de mis jadeos constantes ocasionados por la huida imprevista.
Al acercarme a aquél bosque, que se encontraba junto a la cordillera, había perdido la noción del espacio. Todo parecía tranquilo, hasta que ese sentimiento de soledad comenzó a invadirme. Siempre detesté estar en un lugar desconocido totalmente sola, más aún si comenzaba a anochecer. Ya ahí, entre los bellos árboles que me habían cautivado en un principio, sentí que mi cuerpo se estremecía por la mirada fría de algún desconocido. Entonces no me atreví a voltear, y en un impulso cobarde decidí correr.
Alguien me perseguía y corría tras de mí. A pesar de mi rapidez, la distancia entre el incógnito y yo, no era suficiente como para voltearme a descubrir la identidad del perseguidor. El bosque que me consumía ante mis ojos parecía interminable. Entonces comencé a sentir su respiración cada vez más cercana. Corrí, intenté correr más rápido, pero su mano sostuvo fuertemente mi brazo y me dijo “Ágata”. Abrí los ojos y Gaspar sostenía mi brazo con cara de interrogación.
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